top of page

Vacunas contra el Ser Humano

Actualizado: 24 mar


El ser humano ha convivido con los virus desde su existencia, los ha combatido de distintas formas y queramos aceptarlo o no, siempre ha sobrevivido, igual que ha sobrevivido a hambrunas, catástrofes geoclimáticas y guerras. La experiencia y la historia nos demuestra que la vida continua su curso siempre y supera cualquier dificultad.


A finales del siglo XVIII una incipiente mentalidad materialista y antropocéntrica descubre la posibilidad de luchar contra una concreta enfermedad vírica -viruela-, inoculando las secreciones de pústulas que crecían en las ubres de las vacas donde yacía el virus. Esas escarificaciones en la piel con el objeto de poner en contacto al virus de la viruela con el ser humano, se llamó vacuna -porque la vaca era un reservorio-, aunque poco más tarde se emplearon a niños infectados -intencionalmente- para esa función.


A comienzos del siglo XIX se empezaron las primeras vacunaciones masivas y constan los registros que se establecieron por el Rey Fernando VII, así como las campañas humanitarias en todo el mundo, de las que nos resuenan en la actualidad dos nombres, Balmis -médico militar valenciano que impulsó una campaña de vacunación por las colonias españolas- y Zendal -pionera de la enfermería española que se encargaba de cuidar a los niños reservorio de la misión militar-. Aunque hoy “Balmis” es sinónimo de operación militar para el control de la epidemia del coronavirus en España y “Zendal” es conocida por el Hospital de pandemias construido en la comunidad de Madrid, lo cierto es que ambos marcaron un hito en la historia sanitaria, social y militar de España.

A partir de la experiencia antivariólica y esa primitiva vacuna, se investigaron otras enfermedades y su forma de imitar la técnica de lucha a través de secreciones y sueros, incluso mucho antes de entender los mecanismos de la infección y la inmunidad, es decir, a ciegas. A ciegas se inoculó a los seres humanos de distintas sustancias y productos en ánimo de salvarles de enfermedades y la muerte. No en pocas ocasiones, el remedio fue peor que la enfermedad y desde el inicio de los experimentos vacunales, aparecieron personas y escépticos que lucharon denodadamente por detener esas alocadas experiencias. Fue desde el principio de la aventura vacunal, que nace la disputa sobre la lucha por el bien común por encima del bien individual.


Por una parte, un grupo de personas piensa que su cuerpo es sagrado y que nadie tiene derecho a interferir en su cuerpo y su vida. Por otra parte otro grupo de personas piensa que la sociedad es en sí misma una persona que tiene entidad y capacidad para defenderse de enfermedades e incluso expulsar de su cuerpo a los más débiles, los distintos, los enfermos y los disidentes, y con capacidad para interferir en lo más íntimo de sus vidas al objeto de preservar la vida... de la “sociedad”. Fruto de esta visión nacieron las estructuras políticas más abyectas como las distintas formas de colectivismo, e hipótesis e ideologías cuasicientíficas como el evolucionismo, el maltusianismo y el eugenesismo. De las primeras estructuras políticas la historia nos cuenta las revoluciones, las guerras, las hambrunas y de las segundas, las crisis económicas, el exterminio de poblaciones y el abuso médico en distintos colectivos mediante tratamientos e internamientos involuntarios. En el trasfondo la idea de que la sociedad debe estar por encima de los intereses individuales, y de la misma manera que el individualismo no es la causa de las epidemias ni de su propagación, el colectivismo no es la solución ni el freno de las mismas.


A lo largo del siglo XX, una incipiente industria médica propone fórmulas de vacunación para distintas enfermedades, siempre a partir de productos biológicos -secreciones, pus, sueros- de imposible homologación industrial. Al ser productos biológicos, se beneficiaban de una legislación muy permisiva en cuanto a controles de calidad y relación coste beneficio, ya que se trataba en muchos casos de situaciones límite en las que la desesperación compensaba cualquier riesgo con las vacunas. El negocio de las vacunas en conjunción con el colectivismo, la eugenesia, una permisiva regulación y una población enseñada a desesperarse, permitió no pocos experimentos e iniciativas, que con frecuencia terminaban en fracaso.


En los años 60, la moda de vacunar para combatir o prevenir enfermedades hace necesaria la industrialización del proceso productivo de las vacunas. Pasan de ser productos biológicos a ser una mezcla con productos industriales. Conservantes, estabilizadores del ph, diluyentes, como menos ofensivos, junto con emulgentes, surfactantes, adyuvantes orgánicos y con metales pesados como más peligrosos, se unen a los productos biológicos para una producción industrial y distribución en masa.

No obstante de esta industrialización y mezcla con productos de síntesis química, las vacunas siguen beneficiándose de una legislación permisiva y elusora de responsabilidad y una buena parte de los adyuvantes son modificados y eliminados de las formulaciones por las graves consecuencias para la salud. Autismo, enfermedades neurodegenerativas, cáncer, enfermedades autoinmunes y alergias, van creciendo exponencialmente en la población infantil desde el inicio de las campañas de vacunación industrial. La legislación no obliga a acreditar la seguridad ni la eficacia de las vacunas, siempre bajo el paraguas colectivista del interés superior de la sociedad.


A principios del siglo XXI, se sistematiza el empleo de la biotecnología en la producción de vacunas. Se extienden por el planeta laboratorios de biotecnología, guerra biológica y terrorismo biológico sin control que hacen que sea más que posible la fabricación y suelta de virus quimera -diseñados- con intenciones perversas.

Sin que la población lo advirtiese, algunas vacunas se empiezan a producir mediante la reproducción en células animales (mono, perro, pollo, etc.), con no pocas catastróficas experiencias. Para evitar los riesgos que conlleva el uso de células animales, la industria comenzó a expandir los cultivos mediante el empleo de células fetales humanas que son modificadas para convertirlas en “eternas” en un incipiente negocio de tráfico y venta de tejidos fetales. Todo ello a espaldas de los sentimientos religiosos y morales de los individuos.


En el colmo de la desvergüenza, entrada la situación pandémica, se propone la “vacunación” masiva de la población mundial, para combatir una enfermedad que tiene una tasa de mortalidad inferior al 1%, mediante el empleo de unas preparaciones resultantes de una ingeniería genética. Ya no estamos ante preparaciones de productos biológicos como en el inicio, ni ante preparaciones industriales, sino ante auténticas terapias avanzadas.

La UE define las terapias avanzadas como:

  • “1. incluye un principio activo que contiene un ácido nucleico recombinante, o está constituido por él, utilizado en seres humanos, o administrado a los mismos, con objeto de regular, reparar, sustituir, añadir o eliminar una secuencia génica;

  • 2. su efecto terapéutico, profiláctico o diagnóstico depende directamente de la secuencia del ácido nucleico recombinante que contenga, o del producto de la expresión genética de dicha secuencia”.

La UE y la legalidad internacional en materia de derecho Sanitario y Farmacéutico, establece un capítulo especial regulatorio de este tipo de sustancias, pero que desde luego, no son vacunas.


Sobre este “nuevo modelo de vacunas” -que no son vacunas-, pesa la sospecha de la falta de garantías de seguridad y eficacia y una velocidad en la puesta en el mercado absolutamente incomprensible, especialmente en una técnica de fabricación de la que no se tiene ninguna experiencia.

Los responsables políticos y reguladores farmacéuticos se han empeñado a marchas forzadas en modificar las normas en materia de experimentación con seres humanos y fabricación y tráfico de organismos genéticamente modificados para luchar contra la pandemia.

Quizás lo más sospechoso de todo es que ya se hablaba de la necesidad de una vacuna antes de la declaración de pandemia, que se ha boicoteado cualquier alternativa de tratamiento, la ha destruido la economía y se ha inyectado en la población una situación de terror absolutamente irracional frente a una enfermedad con una tasa de mortalidad muy reducida.


Frente a una propaganda buenista de eficacia y seguridad, lo cierto es que el Ministerio de sanidad ni garantiza ni tiene interés en garantizar la seguridad y la eficacia de las vacunas, como se demuestra pleito tras pleito, el último en un Juzgado Central de la Audiencia Nacional donde el Ministerio acredita:

  • (1) su “obligación” de proteger los intereses de “terceros”;

  • (2) la falta de información sistematizada y puesta a disposición del público sobre seguridad y eficacia de ni una sola de las 150 vacunas disponibles en el mercado español;

  • (3) la falta de medios y de interés por que la AEMPS realice un seguimiento de la seguridad y eficacia;

  • (4) la falta de interés por la transparencia que lleva al Ministerio a despreciar al Tribunal y a los demandados incumpliendo los plazos de contestación. Y ante todo ello, sigue manifestando que las vacunas son seguras, eficaces, salvan vidas, controlan enfermedades y son un bien absoluto.


  • Que las vacunas no son seguras, lo acreditan loa 800 casos de efectos secundarios graves y muertes cada año en España. Autismo, enfermedades neurodegenerativas, autoinmunes, raras, cáncer infantil y muerte súbita, son las consecuencias reales previstas por la industria en un porcentaje de los vacunados.


  • Que las vacunas no son eficaces, lo demuestra el número creciente de casos de personas vacunadas que no desarrollan inmunidad ni protección y sufren la enfermedad para la que fueron vacunados. A pesar de la obstinada y contumaz campaña de vacunación, por ejemplo con la gripe, lo cierto es que año tras año aumenta la tasa de vacunación y aumenta el número de infectados y las crisis de colapso hospitalario.



  • Que las vacunas no salvan vidas queda acreditado no solo porque no existe ni un solo estudio científico que lo demuestre sino también por las vidas que cuestan cada año como efecto secundario o daño colateral de las campañas de vacunación. Además de las vidas que cuestan, están las vidas destrozadas por enfermedades incurables que suponen una carga desmesurada para los afectados.





  • Que las vacunas no sirven para controlar o erradicar enfermedades lo demuestra la práctica clínica puesto que no han erradicado enfermedad alguna y un número importante de brotes de enfermedades nacen de sujetos que previamente están vacunados. Se presume de haber erradicado la viruela gracias a las vacunas, pero lo cierto es que la peste negra causada por la Yersinia pestis, también ha desaparecido como enfermedad epidémica mucho antes de la existencia de las vacunas y tan solo por la mejora de las condiciones de vida.


  • Que las vacunas no son un bien absoluto queda patente tras la toma de conciencia de lo que hay detrás de la industria de las vacunas: ingeniería genética sin control, comercio de fetos, utilización de adyuvantes sin garantías, el obsceno abandono jurídico y económico de los perjudicados, la falta de transparencia, la falsificación de estudios científicos y el soborno de políticos y profesionales. Millones en sanciones cada año por irregularidades, desabastecimiento y lesiones en casi todas las partes del mundo... menos en España.



En estos días de crisis político sanitaria, nos encontramos con la evidencia de que un importante número de fallecidos pueden tener relación con la utilización de vacunas con adyuvantes peligrosos como el escualeno (aceite de tiburón) y el polisorbato 80 (un detergente industrial) o el Tritón X-100. Estas sustancias se emplean para “estimular el mecanismo de inmunidad”. De ninguna de las sustancias hay estudios de seguridad y toxicología en su uso inyectado y ninguna investigación se ha deducido por parte de las autoridades sanitarias a pesar de las evidencias y este año se han seguido poniendo a los ancianos vacunas contra el neumococo y la gripe con polisorbato 80, Tritón X-100 y escualeno.






En el colmo del disparate, este año el Ministerio ha comprado vacunas de una marca comercial (Fluzone) que ni siquiera tiene autorización de comercialización en España, carece de ficha técnica y contiene un detergente industrial (Tritón X-100) del que se desconoce su seguridad en uso inyectado.

Ni en este caso ni en la posible vacuna contra el coronavirus, parece obedecerse mínimamente el principio de precaución y diligencia sino la más absoluta temeridad e inconsciencia ya que en este último caso, los efectos a largo plazo son tan desconocidos como inquietantes -nuevas enfermedades raras y esterilidad-.




No puede escaparse al ciudadano mínimamente ilustrado que los Gobernantes poco interés tienen por el bienestar de los ciudadanos. Si al político le preocupase proteger la vida y defender a los ciudadanos, establecería medidas estrictas para la limitación de la sopa tóxica en a que vivimos, el hambre, la guerra, el suicidio, el aborto o la eutanasia. Día tras día, la sopa tóxica de radiaciones electromagnéticas, contaminantes plásticos, aditivos alimentarios, químicos agrarios y contaminantes industriales crece y causa más muertes que cualquier pandemia conocida sin que los políticos muestren mínima sensibilidad.


Habrá que mirar otros intereses políticos distintos de la protección de la población detrás de la obsesión por las vacunas, que se han convertido ya en bandera de un jugoso y rentable estado paternalista y totalitario donde el lema es “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, o más bien "contra el ser humano".

3162 visualizaciones15 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Telegram

bottom of page